viernes, 30 de enero de 2009



La estúpida sensación de plenitud de acabar de comprarse unos vaqueros vagaba por su boca.

Un placer sólo sustituible por aquello otro, el sentirse hundido en el fango con la certeza de ser víctima y verdugo, con la satisfacción de cargar sobre los hombros el encostrado correspondiente, y el regusto dulce de la autocompasión; mártir por derecho ganado a pulso, y por inercia más que nada. La absolución propia de cada día, el deber de arropar la conciencia y hacerla dormir. Un placer que que varios millones de seres humanos compartían como una droga común, canjeable únicamente por la otra estúpida sensación.

Gracias al Cielo, ya había rebajas incluso para los Levi´s.

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